2016 · 05 · 10 • Fuente: Igor Barrenetxea Marañón, Deia

Palestina: un tiro en la cabeza

Un acto brutal, otro. Un ataque, otro. Una muerte, otra. El caso de Sharif y Azaria solo es otro más en la espiral violenta a la que unos y otros han condenado a Palestina

EL pasado 24 de marzo, un palestino, Abdelfatá al Sharif, de 21 años, asaltaba un puesto de control israelí en el asentamiento judío de Tel Rumeida, en Hebrón (Cisjordania), hiriendo a un soldado, en la denominada Intifada de los Cuchillos, que ya ha producido 130 asaltos. El agresor quedó en el suelo, aquejado de leves heridas, con vida. Elor Azaria, un joven sargento israelí, fue enviado como refuerzo al puesto y allí, acercándose al herido, le disparó un tiro en la cabeza, segando la vida del joven palestino. La cámara de un activista palestino, integrante de la ONG israelí B’Tselem, grabó el suceso y se hizo viral en las redes sociales.

La brutalidad del acto resultó espeluznante. Antes de que se propagase, la justicia militar hebrea ya había detenido al soldado acusándole de asesinato. Los hechos estaban, sin duda, meridianamente claros. Y por ello se le está juzgando. Todo señala a que Azaria se tomó la justicia por su mano. El fiscal militar le acusa de violar las reglas de enfrentamiento y de actuar por venganza. Sin embargo, la defensa aduce defensa propia y que el sargento actuó como lo hizo porque temía que el fallecido llevase explosivos ocultos, si bien un oficial ya lo había registrado previamente. Aún con todo Azaria ha recibido fuerte apoyo ciudadano, siendo calificado de héroe y pidiendo su liberación. Oriundo de un barrio de Tel Aviv, miles de personas se concentraron en la plaza Isaac Rabin para protestar. Una encuesta revelaba que un 57% pedía su exoneración.

El mismo primer ministro Benjamín Netanyahu, a la semana del suceso, se puso en contacto con los padres del chico para darles ánimo, porque su hijo también está realizando el servicio militar. Y, más tarde, declararía que “estos soldados no son unos asesinos. Actúan contra asesinos. Espero que se halle un equilibrio entre los hechos ocurridos y el contexto general en el que ocurrieron”.

Lo cierto es que hay que lamentar todo, desde el inicio de la intifada a la reacción del soldado. Pero no cabe la menor duda de que es culpable. Ahora bien, estos hechos no han de inmunizar a la sociedad israelí sino, al contrario, hacerla consciente de la cruda realidad a la que se enfrentan.

¿No son asesinos?

Los soldados israelíes no son asesinos, cierto, solo jóvenes que se ven afectados por unas circunstancias adversas. Y toda esta tensión, odio y sinrazón procede de la incapacidad de líderes como Netanyahu por acercar posturas con la Autoridad Nacional Palestina y de su empeño en proseguir con su estrategia general de expulsión y sometimiento del pueblo palestino. Tampoco los palestinos son asesinos, se les empuja.

El caso de Azaria nos indica que los soldados de reemplazo israelíes viven como si participaran en una guerra y la única solución posible es ser tan despiadado como el enemigo. Por supuesto, no se pueden justificar las acciones palestinas. Están provocando más daño a su causa que soluciones, generando un clima de temor que induce a una actitud todavía más cerrada y fría por parte israelí. Y sin humanidad lo único que nos vamos a encontrar es con más miserias morales y éticas.

Azaria es responsable de un acto atroz. Ha quitado una vida de forma sanguinaria, lo que certifica el odio que siente hacia los palestinos. El odio es el peor enemigo del ser humano y, también, otra forma de fanatismo. Y ahí es donde Israel no sabe enfrentarse a sus propios demonios. Porque aquí no hay buenos ni malos sino personas con nombre y apellidos, seres cuya aspiración ya no es formar una familia y educarse, sino matar.

Todos pierden, nadie gana

Llegar a este punto solo es indicativo del grado de desesperación en el que viven muchos palestinos, aunque eso jamás los justifique. Sin embargo, lo que también está en juego es el honor del Ejército, la institución más valorada en Israel porque es la garantía del Estado hebreo... pero también compuesto por personas cuya competencia emocional nada tiene que ver con sus actitudes militares. Porque en el instante en el que dejas de sentir compasión por el enemigo caído, que no es diferente a ti, hay que pensar si no te has convertido en un monstruo. Esto es importante. El caso de Azaria debería provocar un sentimiento de rechazo a las políticas israelíes de proseguir con la represión y sustituirla por otra de tender puentes para que no haya más palestinos que actúen de esta manera. Todos pierden. Nadie gana.

Aunque son los palestinos los que cada vez se ven más arrinconados, los que no tienen expectativas de futuro. Si las tuvieran, no habría tantos dispuestos a sacrificar su largo devenir por defender, equívocamente, la dignidad de su pueblo. La violencia solo trae consigo una espiral de reacciones encontradas y más violencia. Por mucho que nos repulse el acto de Abdelfatá al Sharif, no es menos grave el de Azaria. Son dos jóvenes cuyas vidas se han truncado. Ambos tenían familia y amigos, disponían de toda la vida por delante y uno ha acabado muerto y el otro, lo más probable, condenado a años de prisión.

Pensar en eso es lo que nos debería movilizar y no en defender a quien actuó de forma tan reprobable. Si hay un culpable es Netanyahu. En vez de haberse implicado en activas políticas de encuentro con habitantes de los territorios palestinos solo ha mostrando desprecio, reforzando así las posiciones de los grupos radicales como Hamás o la Yihad Islámica. Y así ha conseguido que más lobos solitarios emprendan este camino solo de ida porque, mayormente, todos los que han intentado atacar con cuchillos a soldados o ciudadanos israelíes han acabado muertos. Por desgracia, la violencia solo polariza las sociedades y eso solo deriva en que los más radicales sean los que ganen la partida a la moderación.

Más de cincuenta años de enfrentamiento no han servido sino para que el proceso de destrucción del pueblo palestino sea más real cada día. El problema no es Abdelfatá al Sharif ni Elor Azaria, sino una realidad en la que se cree que el terror es la única reacción lógica y justa, como si la única ley posible en Palestina fuera el ojo por ojo, un referente tan arcaico como oscuro, cruel e inhumano.

Fuente: Igor Barrenetxea Marañón, Deia