2018 · 10 · 08 • Fuente: Jeremy Salt, Medium.com
Los papeles secretos de Sabra y Chatila
Si los falangistas ultraderechistas del Líbano fueron los ejecutores directos de las masacres de Sabra y Chatila, el ejército israelí al mando de Ariel Sharon fue el coordinador y organizador de la matanza
Sabra y Chatila, septiembre de 1982, es una de las peores atrocidades de la historia moderna. Hasta 3.500 palestinos fueron masacrados cuando los falangistas aliados de Israel cayeron sobre los dos campos de refugiados palestinos de Beirut en septiembre de 1982. Israel intentó echar la culpa a los falangistas. “Los gentiles matan a los gentiles y vienen a culpar a los judíos”, se quejó el primer ministro de Israel, Menájem Beguin. Lo cierto es que Israel comandó y controló toda la operación. El castigo impuesto por la comisión de investigación de Kahan fue irrisorio. Ariel Sharon, el “ministro de defensa” israelí, fue degradado pero permaneció en el gobierno, después de que Beguin se negara a despedirlo. A pesar de su propia complicidad, Beguin no fue castigado y tampoco lo fue ninguno de los políticos que habían acordado que había que “limpiar” los campos. La opinión mundial estaba indignada, pero ni siquiera este terrible acontecimiento fue suficiente para que Israel rindiera cuentas. Israel, sin restricciones, sigue siendo libre de matar a su antojo.
Unos documentos secretos de la Comisión Kahan ha salido recientemente a la luz. (Ver Rashid Khalidi, “The Sabra and Shatila Massacres: New Evidence”, Palestine Square, Institute of Palestine Studies, 25 de septiembre de 2018). Los hechos básicos están bien establecidos, por lo que el interés radica en lo que estos documentos nos dicen sobre la interacción entre los israelíes y los falangistas, y por qué, en última instancia, Sabra y Chatila fueron atacados.
Ya antes de 1948 los sionistas se habían propuesto convertir el Líbano en un estado satélite, aprovechando los temores de la comunidad cristiana maronita del país. En 1958, el Líbano sufrió su segunda guerra civil (después del conflicto druso-maronita de 1860). Esta guerra formaba parte de un drama regional que incluía el antinaserismo, el anticomunismo, el derrocamiento de la monarquía en Irak y un intento de golpe de estado planeado en Jordania. Ningún acontecimiento en el Líbano es simplemente interno, pero mientras que “Occidente” e Israel tenían un gran interés en lo que sucedió en 1958, la guerra se desarrolló en gran medida como causa y efecto entre facciones internas. Para cuando Estados Unidos intervino, enviando la Sexta Flota y desembarcando marines en las playas de Beirut, estas facciones habían resuelto sus diferencias, al menos momentáneamente.
En 1968, en un contexto de resistencia palestina del sur del Líbano, Israel destruyó 13 aviones comerciales que se encontraban en la pista del aeropuerto internacional de Beirut. Se le advirtió al Líbano que controlara a los palestinos, o de lo contrario…. Por supuesto, dada su naturaleza altamente sectaria, el Líbano no puede controlar a los palestinos.
En abril de 1973, los israelíes se infiltraron en el oeste de Beirut desde el mar y mataron a cuatro destacadas personalidades políticas y culturales palestinas, y en 1975 el país estaba al borde del colapso. El 13 de abril se produjo un tiroteo en una iglesia maronita en el este de Beirut. Entre los muertos había miembros del Kataeb, la Falange libanesa, un partido fundado según el modelo español en la década de 1930. Los pistoleros falangistas respondieron disparando a un autobús lleno de palestinos. La guerra estaba en marcha.
Israel ya estaba pringado con los falangistas, pues quería que el caos en el Líbano terminara con la derrota de los palestinos y la destrucción de sus instituciones, así que es muy probable que el tiroteo de la iglesia fuera una provocación deliberada de Israel. Los papeles secretos de la Comisión Kahan revelan que en 1975 Israel estaba celebrando reuniones secretas con líderes falangistas, con el objetivo de coordinarse política y militarmente. Con ese fin, Israel les dio a los falangistas 118,5 millones de dólares en ayuda militar (esta es la cifra dada en el documento de la Comisión Kahan, la cifra real posiblemente fue mucho mayor) y entrenó a cientos de sus combatientes, como preparación para la guerra que Israel quería que lanzaran los falangistas.
Israel mantuvo su relación con los falangistas durante la guerra civil. En 1982 existía una “alianza en principio”, como se describe en los documentos del anexo de la Comisión Kahan. Entrenado en Israel de acuerdo con las normas militares israelíes, independientemente de cómo se entienda esto, Tel Aviv confiaba en que el duro falangista Bachir Gemayel, la figura dominante en las Fuerzas Libanesas (FL), hubiera pasado “de ser el líder emocional de una banda, llena de odio, a ser un líder político relativamente prudente y cauteloso”. Sin duda, así fue como Gemayel se presentó en las reuniones con los israelíes, pero sus acciones en el pasado y en el futuro indicaban que estaba ocultando la brutalidad que todavía se escondía en su interior.
En enero de 1976, las FL atacaron el barrio marginal del puerto de Karantina en Beirut, matando al menos a 1.000 combatientes y civiles palestinos. En junio, los falangistas, junto con otras facciones de las FL, incluidos los Tigres Libaneses de la familia Chamoun y los Guardianes de los Cedros, asediaron el campamento palestino de Tal al Zaatar. Su equipo militar incluía tanques y carros blindados estadounidenses. El campamento resistió 35 días antes de ser invadido. Unos 3.000 civiles palestinos fueron asesinados.
Los documentos de la Comisión Kahan incluyen un interesante intercambio entre Ariel Sharon y Simón Peres, ministro de defensa en 1976, quien le preguntó a Sharon si un oficial del ejército israelí le había advertido que no enviara a los falangistas a Sabra y Chatila. Sharon respondió que “usted” (el gobierno de Rabin de 1976 del que formaba parte Peres): el mismo gobierno de Tel Aviv había establecido la relación con los falangistas y la mantuvo incluso después de la masacre de Tal al Zaatar:
Usted [Peres] habló de la imagen moral del gobierno. Después de Tal al Zaatar, señor Peres, usted no tiene el monopolio de la moral. Nosotros no le acusamos, usted nos ha acusado. El mismo principio moral que se planteó en el incidente de Tal al Zaatar sigue existiendo. Los falangistas asesinaron en Chatila y los falangistas asesinaron en Tal Zaatar. El vínculo es moral: ¿deberíamos pringarnos con los falangistas o no? Usted los apoyó y continuó haciéndolo después de Tal Zaatar. Sr. Rabin y Sr. Peres, no había oficiales de las FDI [Fuerzas de Defensa de Israel] en Chatila, de la misma manera que no estuvieron en Tal Zaatar.
Lo que no se dice es que Israel tenía una “oficina de enlace” en Tal al Zaatar, aunque sea cierto que no hubo oficiales de las FDI en el interior del campo.
“De gran estatura”
El estribillo repetido constantemente por el personal de inteligencia y militar israelí en 1982 fue que nadie esperaba que los falangistas se comportaran tan mal. Eran gente de gran nivel, gente de calidad, “hombres de una estatura personal mucho más alta que la común entre los árabes”, según las declaraciones hechas a la Comisión Kahan.
Estas son las palabras de Ariel Sharon:
Interrogué a los comandantes libaneses [todos los “comandantes” libaneses operaban bajo el mando directo israelí]. Les pregunté, ¿por qué lo han hecho? Me miraron a los ojos, como yo le miro a usted y sus ojos no se movieron. Dijeron: “Nosotros no hicimos eso, no fuimos nosotros”. No estoy hablando de vagos, estamos hablando de personas que son ingenieros y abogados, de toda la élite joven, de una intelectualidad, y me miraban a los ojos y decían: “nosotros no lo hicimos”.
De hecho, no sólo durante la larga guerra civil, sino a lo largo de su invasión del Líbano en 1982, Israel tuvo abundantes pruebas de la brutalidad de los falangistas, no sólo en la masacre de musulmanes capturados en los puestos de control o de drusos en las montañas, sino también en las declaraciones de los líderes falangistas. El 12 de septiembre, dos días antes de ser asesinado, Bachir Gemayel le dijo a Sharon que debían crearse las condiciones para que los palestinos abandonaran el Líbano.
En la misma reunión se descubrió que los israelíes tenían pruebas de que, “como consecuencia de las actividades de Elie Hobeika”, 1.200 personas habían “desaparecido”. Hobeika, un falangista de alto rango y extremadamente brutal, implicado en el intento de la CIA en 1985 de asesinar al líder espiritual chiíta, el jeque Mohamed Husein Fadlalá, fue asesinado en 2002 poco después de que anunciara que estaba dispuesto a testificar ante un tribunal belga sobre el papel de Sharon en las masacres de Sabra y Chatila. Su coche explotó y su cabeza cayó en el balcón de un apartamento cercano.
El 8 de julio, Gemayel habló de su deseo de derribar los campos palestinos del sur del Líbano. En una reunión posterior, Sharon le preguntó: “¿Qué harías con los campos de refugiados?”. Él contestó: “Estamos planeando un zoológico de verdad”.
Un coronel de las FDI dio pruebas a la Comisión Kahan de que era “posible deducir de los contactos con los líderes falangistas” cuáles eran sus intenciones. Si Sabra se convirtiera en un zoológico, el destino de Chatila sería un aparcamiento.
Ariel Sharon en una visita a las unidades del ejército israelí que invadieron el Líbano en 1982.
El coronel de las FDI habló de las masacres de aldeanos drusos perpetradas por Elie Hobeika y sus hombres. Un documento fechado el 23 de junio se refiere a que “unas 500 personas” detenidas por cristianos en Beirut han sido “aniquiladas”. Nahum Admoni, jefe del Mossad, que conocía bien a Gemayel y se había reunido con él con frecuencia en 1974 y 1975, dijo que “cuando hablaba de cambio demográfico, siempre lo hacía en términos de muerte y eliminación. Este era su estilo instintivo”. El “cambio demográfico” se refería a la preocupación de Gemayel por el tamaño de la población chiíta del Líbano y su elevada tasa de natalidad en comparación con los cristianos. Para resolver este problema, dijo Gemayel, “serán necesarios varios Deir Yasins”.
Al referirse a las brutales palabras de Gemayel, Admoni dijo que “al mismo tiempo era un hombre político y, como tal, tenía un proceso de pensamiento extremadamente cauteloso y evitaba participar en diversas actividades bélicas”. Las pruebas no confirman la última parte de esta afirmación, ya que Gemayel tenía un largo historial, incluso antes de 1982, de participación en “actividades bélicas” extremadamente brutales.
La violencia imperante durante la invasión israelí del Líbano se extendía desde los falangistas, en un extremo del espectro, hasta la violencia desmedida de Ariel Sharon, que incluía las masacres de civiles en Gaza y Cisjordania, en el otro extremo. Los dos extremos se encontraron en el centro en Sabra y Chatila y el resultado fue previsiblemente catastrófico.
“Totalmente servil”
Lo que hay que reafirmar es que la “limpieza” o “peinado” de Sabra y Chatila fue planeada, coordinada y comandada por el ejército israelí. No fue una operación falangista en la que Israel desempeñara un papel de supervisión poco estricto. Fue una operación israelí, en la que participaron las agencias de inteligencia y que fue aprobada por el gobierno israelí. Los falangistas fueron entrenados y armados por Israel y los comandantes de las FL estaban “totalmente subordinados” al comandante de la fuerza israelí enviada a los campos, la 96ª división. A los falangistas se les dijo cuándo entrar en los campos y cuándo salir. Los israelíes iluminaron los campos por la noche con bengalas para que los falangistas pudieran ver lo que estaban haciendo (o a quién estaban matando) y estaban dispuestos para proporcionar asistencia médica a los heridos e intervenir si se metían en problemas.
Toda suposición de que Menájem Beguin, el primer ministro israelí, no tenía idea de lo que estaba ocurriendo hasta una etapa posterior tiene que ser descartada. Como comentó Sharon en una reunión del gabinete el 12 de agosto, “decir que hablo con el primer ministro cinco veces al día sería quedarse corto”.
Israel había acordado en negociaciones con los estadounidenses no entrar en Beirut occidental. El asesinato de Bachir Gemayel el 14 de septiembre precipitó la invasión de Beirut al día siguiente, la toma de posiciones clave y el cerco de Sabra y Chatila, según un plan bien preparado. Los falangistas entraron en los campos la tarde del 16 de septiembre por órdenes israelíes, y no se retiraron hasta el 18 de septiembre, de nuevo por órdenes israelíes.
No había “terroristas” en los campos, por no hablar de los 2.500 que Sharon afirmaba que habían quedado atrás tras la retirada de la OLP de Beirut en agosto. Sólo había civiles y no hubo resistencia armada por parte de ellos. Los falangistas hacían su trabajo en silencio, sobre todo con cuchillos, para que la siguiente víctima no se enterara de la suerte de la anterior hasta que fuera demasiado tarde (muchos de los muertos eran mujeres y niños, e incluso los animales del campo fueron masacrados).
La oficina de enlace falangista se estableció en la sede de la 96ª división israelí, donde las escuchas a escondidas arrojaron “pruebas importantes” no especificadas, según el anexo de la Comisión Kahan. Se mantuvo la interceptación electrónica profesional de la red de comunicaciones falangistas dentro de los campos, además de la interceptación “improvisada” de las conversaciones dentro del cuartel general de la 96ª división. Según el citado anexo, el oficial de enlace falangista informó a varios oficiales sobre unos “sucesos anormales” en los campos sólo unas pocas horas después de que los falangistas entraran en ellos.
Claramente, las declaraciones de los servicios de inteligencia y del personal militar según las cuales no sabían lo que estaba ocurriendo, o no lo supieron hasta que fue demasiado tarde, no pueden ser tomadas al pie de la letra. No hubo disparos desde los campos y no hubo resistencia como cabría esperar de unos “terroristas” armados. En este silencio mortal, sin disparos y sin la más mínima señal o sonido de combate armado, ¿pensaron realmente los israelíes que los falangistas sólo estaban matando a hombres armados? Además, Sharon había dejado claro que quería desmantelar todos los campos palestinos y dispersar a sus habitantes. Una figura cruel y brutal era perfectamente capaz de hacerlo. ¿Qué podría hacer que los civiles palestinos huyeran que un Deir Yasin aún más monstruoso? Puede que haya muchas más pruebas al respecto, tanto textuales como gráficas, que no hayan llegado ni siquiera a estos documentos secretos.
Milicias cristianas maronitas del Líbano saludando al estilo fascista. El fundador de la Falange libanesa, Pierre Gemayel, era admirador de Hitler, pero eso no impidió que el ejército sionista se aliara con ellos en Sabra y Chatila para masacrar a los palestinos.
Sharon insultó y degradó libremente a los dos principales representantes de Estados Unidos en Beirut, el embajador Morris Draper, a quien acusó de insolencia cuando pidió a Israel que se retirara del oeste de Beirut, y al enviado especial del presidente Reagan, Philip Habib. “¿Fui claro?”, “No te quejes todo el tiempo” y “Estoy harto de esto” son ejemplos de su agresividad cuando estuvo en su presencia. Como ya dijo de los estadounidenses en otra ocasión, “los odio”.
Ciudades fantasmas
Este mentiroso impenitente afirmó que no había civiles en los campos. “Quiero que sepan que Burch Barachneh y sus alrededores, así como la zona de Chatila y otros lugares similares son ciudades fantasmas”, insistió, según los papeles secretos de la Comisión Kahan. En agosto, cuando el bombardeo aéreo y terrestre de Beirut se acercaba a su punto álgido, dijo al gabinete que “no estamos atacando la zona donde reside la población sunita libanesa”. El 18 de agosto volvió a mentir: “Hoy no hay nadie viviendo en los campos de refugiados. Sólo los terroristas permanecen en ellos. Ahí es donde mantienen sus posiciones, en los campos de refugiados. Allí es donde se encontraban sus posiciones, búnkeres y cuarteles generales; todos los civiles habían huido”. De hecho, los campos estaban repletos de civiles que no tenían adónde ir, mientras que en el oeste de Beirut, miles de musulmanes sunitas, cristianos y todos los que vivían allí estaban siendo asesinados en ataques aéreos.
Al mismo tiempo, Sharon tuvo el extraordinario descaro de presentarse como una especie de salvador de la población civil. Después de entrar en Beirut Oeste comentó que “en realidad, no buscamos los elogios de nadie, pero si los elogios fueran necesarios, entonces serían para nosotros, ya que salvamos a Beirut de la anarquía total”. El 21 de septiembre, pocos días después de las masacres de Sabra y Chatila, dijo al gabinete: “Evitamos un baño de sangre”. De hecho, la invasión había sido un baño de sangre desde el principio. A finales de año, unas 19.000 personas habían sido asesinadas, casi todas ellas civiles palestinos o libaneses.
Dos asuntos ocupan numerosas páginas en el anexo del informe Kahan. Uno es la velocidad con la que el ejército israelí se trasladó al oeste de Beirut tras el asesinato de Bachir Gemayel. La razón fue que el asesinato “amenazó con derribar toda la estructura política y socavar un plan militar elaborado a lo largo de los años y en preparación durante largos meses”. Después de haber prometido pleno apoyo, Gemayel finalmente se negó a enviar a los falangistas al oeste de Beirut y, una vez muerto, los israelíes temieron que su invasión fuera a fracasar en el momento crítico. Sin nadie que los detuviera, los imaginarios “terroristas” de Sharon serían libres para reconstruir su infraestructura.
“El valor supremo”
El otro asunto trata de las razones por las que Israel no envió sus propias tropas a los campos. Como se expresa en los documentos de la Comisión Kahan, “la naturaleza esperada de los combates en los campos no despertó mucho entusiasmo por el despliegue de las FDI”. Habría combates difíciles “que podrían resultar en un gran derramamiento de sangre en una zona densamente poblada, donde los terroristas que deben ser localizados se disfrazan de civiles en un ambiente hostil”. Tal acción implicaría un gran número de bajas y el ejército israelí no quería involucrarse “en un movimiento militar tan desagradable pero necesario”.
El despliegue de los falangistas, en cambio, causó un “gran alivio” a los militares: el “valor supremo” que gobernó la decisión fue el deseo de no causar bajas en las filas militares israelíes. Por lo tanto, los protegidos de Israel fueron enviados para hacer el trabajo sucio.
Después de ser elegido presidente, cuando se encontró en una situación delicada en el mes de agosto, Bachir Gemayel había demostrado que se daba cuenta de que tendría que actuar como tal, lo que significaba anteponer el consenso libanés a la alianza con Israel. Tendría que trabajar con los suníes y los chiíes y reparar las relaciones fracturadas con otras facciones maronitas. Tendría que tener en cuenta los intereses de los estados árabes. No podía ser simultáneamente presidente del Líbano y presidente de Israel. Como figura falangista de alto rango, Antun Fattal comentó a Morris Draper el 13 de diciembre de 1982: “Nuestra economía depende del mundo árabe y no podemos sacrificarla por un tratado de paz [como exige Israel]”.
El 14 de diciembre, el sucesor de Gemayel, y hermano menor, Amin, pidió a Israel que cesara toda relación con el Líbano, diciendo que tenía la intención de anunciar en la ONU que el Líbano estaba ocupado por Israel. Al igual que Bachir, sabía que tenía que respetar el consenso libanés. A finales de 1982, Israel había demostrado hasta la saciedad que simplemente no entendía al Líbano. Todo lo que sabía hacer era fuerza bruta. La invasión, ciertamente, logró cambiar la situación geopolítica estratégica, pero no para beneficio de Israel. Sí, la OLP se fue, pero sólo para que Hezbolá ocupara su lugar. En 2000, Hezbolá había expulsado a Israel del sur ocupado, en 2006 volvió a frenar a Israel y en 2018 tiene misiles que pueden causar daños sin precedentes a Israel si los sionistas vuelven a entrar en guerra. El país que Israel considera el eslabón más débil de la cadena árabe ha resultado ser uno de los más duros.
Acerca del autor: Jeremy Salt ha enseñado en la Universidad de Melbourne, en la Universidad de Bósforo (Estambul) y en la Universidad de Bilkent (Ankara), especializándose en la historia moderna de Oriente Medio. Su libro más reciente es The Unmaking of the Middle East. A History of Western Disorder in Arab Lands (University of California Press, Berkeley, 2008.)
Traducción: Javier Villate (@bouleusis)
Fuente: Jeremy Salt, Medium.com